La estampida de los precios mejora la situación de las modistas de arreglos básicos.
La economía tiene un axioma para los emprendedores, optimistas y corajudos: toda crisis es una oportunidad y en rigor a la verdad siempre que la situación general se complica hay nichos que toman impulso.
Tal es el caso por estos días de las conocidas como “modistas de arreglos básicos”, que enfocan su trabajo a prolongar la vida de la vestimenta.
Lejos del glamour de la alta costura, estas trabajadoras de la aguja y el hilo pueden revivir una camisa con el cuello gastado, alargarle el ruedo a un pantalón de la temporada pasada, o abrirle “una pinza” a esa pollera del invierno pasado y que por ser clásica “tira” unos meses más.
Mircka es húngara y llegó a la Argentina como tantos inmigrantes con sus padres huyendo de la guerra en Europa a mediados del siglo pasado. Cobra $ 150 el ruedo de un pantalón y $ 300 el dar vuelta un cuello. “Más o menos los aumenté un 25% este año”, calculó.
“Es verdad que nosotras tenemos más trabajo en estos días”, nos comenta con una característica “erre” pronunciada y arrastrada.
De unos 65 años, atiende en un local pequeño, de un barrio de clase media que siente el impacto de la suba de precios en la ropa.
“Hasta fin del año pasado yo podía entregar los trabajos comunes de un día para el otro. Hoy ya estoy demorando tres y hasta cuatro. Por ejemplo, el cambio de cuello que me pedís por lo menos es para el sábado”, dice en una fría tarde de martes.
Frente a su máquina de coser hay un exhibidor donde armó una feria americana: “Venía la gente y me decía si a mí me servía la ropa y entonces empecé a ofrecer esa barra para mostrarla. La cuelgan le ponen un precio y yo sumo $ 30 ó $ 40 para mí. Más no se puede”.
Mircka cuenta que si bien en este momento tiene “bastante” más trabajo pretende “aflojar” en el ritmo por lo prefiere que la crisis termine rápido.
Celia trabaja en su casa. “No me halló en los negocios y además soy muy temerosa. Busco trabajos en dos o tres locales de la zona, los traigo y después los entrego”, explicó sobre su modus operandi.
“Y sí, es cierto que ahora hay más pedidos. Yo trabajo con una mercería que está muy cerca de varios colegios y por ejemplo lo que aumentó muchísimo en estos días es la colocación de los ‘pitucones’ en las rodillas en los pantalones de los chicos”, reveló.
En su relato no diferenció el volumen de trabajo proveniente de clientes de colegios privados o de los públicos. “Ponerle un par de pitucones a un pantalón sale unos $ 140 y es lo mismo si es de un uniforme o no. Lo aumentamos un 20%. Hasta el año pasado, al arranque de las clases podía hace uno o dos por semana pero este año hice hasta cinco. Obviamente casi todos en pantalones de varones”.
Celia en lugar de la cuenta de almacenero hace la cuenta de modista: “Por $ 140 tienen un pantalón, que no es nuevo, pero que se puede usar, si lo vas a comprar no baja de los $ 700”.
Lo de Azucena es diferente y no tiene un costado tan lírico. Su local arrancó con otra expectativa. “Pensaba poner una tiende de ropa de un nivel medio, para todos los días. La idea era nutrirme de algunos talleres y de compras en el Once. Pero no funcionó como esperaba”.
Sola y con dos chicos a cargo Azucena se vio forzada a corregir el rumbo. “Mi mamá cosía todo. En mi casa no sobraba nada pero tampoco faltaba. Mi papa trabajaba y mi mamá cosía para afuera, con ella aprendí algunas cosas y entonces cuando el negocio se caía comencé a ofrecer hacer arreglos”.
Azucena afirma que esa habilidad le sirvió para superar los peores momentos y arrancar. “Si me preguntas por lo que viene pasando, a mi cuando la gente no tiene plata me sirve porque vienen a arreglar la ropa. Es así”.
“Yo –continúa- no me resigné a la venta y dividí mi negocio. Tengo ropa nueva que ofrezco y armé una feria americana pero exclusiva para mujeres. Busco ofrecer algo para mujeres de medianos ingresos y el hecho de yo arregle me lleva a que muchas veces algo que está en el perchero con dos costuras mías lo vendo y puedo duplicar lo que me pidió la dueña”.
Como dato curioso agregó la aparición de los hombres. “Han entrado varios hombres consultándome si les hacía arreglos. Me da la impresión que son hombres solos que antes compraban ropa nueva y ahora también eligen que la ropa que tienen ‘tire’ un poco más”.
“Muchos llegan como resistiéndose pero obligados por la situación a bajar un ruedo, arreglar un talle o zurcir una camisa que se puede usar para debajo de un pullover. Esos trabajos pueden costar entre $ 150 y $ 250 y la diferencia con lo nuevo es grande”, agregó Azucena.
Modistas de arreglos generales, un oficio que va a contramano del desempeño de la economía y que como paradoja hoy vive un buen momento.
Por Roberto Pico